MADRID / VANG y el hechizo de los metalófonos microtonales de Mark Fell

Después de algunos meses de incertidumbre venturosamente CentroCentro ha activado una nueva edición de su ciclo de música de vanguardia VANG, comisariado nuevamente por Sergio Luque y Víctor Barceló, trasladando las citas a los sábados (serán un total de 11 hasta junio de 2025) y, con ello, y a tenor del primer encuentro, concitando a un público mucho más numeroso en el auditorio del edificio.

Demasiados compositores actuales a menudo olvidan algo muy relevante: ¿cómo suena su música? ¿acaso suena? No se trata de complejizar o no, de preponderar una estética sobre otra, se trata de analizar si el resultado alcanzado tiene un interés autónomo, si hay algo de organicidad –la palabra, no por manida, es a veces menos conveniente– en lo pergeñado. El compositor y productor musical Mark Fell (1966) viene de mundos alejados de la academia, esto no tiene por qué ser ninguna ventaja en sí mismo. Pero quizás por estar más cerca de la música electrónica en su primera gran pieza acústica lo que más le preocupó fue crear un artefacto sonoro lo suficientemente autónomo.

Es así como nació Intra, una de las obras más sobresalientes escritas para conjunto de percusión de las últimas décadas y cuya difusión recayó y recae en el conjunto portugués Drumming, que lidera Miquel Bernat. La presentaron en CentroCentro con el propio Mark Fell escondido en la pecera de los técnicos. Los músicos no reciben ninguna partitura, aunque Intra dista de ser una improvisación. Fell diseñó un sistema de software que genera una serie de patrones de sonido electrónicos. En el concierto, los intérpretes reciben estos patrones/impulsos por auriculares y su éxito consistirá en imitar lo más escrupulosamente posible las indicaciones que les son dadas en tiempo real.

Eso sucedió en este concierto. O más bien, les sucedió a los músicos. El público asistió a la escucha de una obra de lentas transformaciones que desdeña direccionalidad alguna. El sonido está, la música se produce. Hay evoluciones, o algo similar a ello, pero más bien hay un tejido –cada pieza propone uno diferente– que habitualmente acaba enmarañándose. Se podría hablar de música repetitiva, en cierto sentido Intra lo es. Hay también un sutilísimo hilo que conecta la pieza con la computer music, aunque el oyente pudo entrar y salir de la sala sin necesariamente saber cómo lo que tocaban los percusionistas venía dirigido por unos clicks electrónicos. Y el sonido de estos metalófonos microtonales mucho tiene que ver con los sixxen que Iannis Xenakis ideó para su obra Pléiades inspirándose en las sonoridades metálicas de la música tradicional indonesia. También hay en la pieza de Fell otra musa más agazapada, ciertos pasajes recuerdan intensamente los preciosos cachivaches sonoros que un compositor olvidado como Harry Partch construyó.

La concentración de Drumming implicó, y de qué manera, a la audiencia en una pieza confusa a veces pero que reivindica lo textural y lo ensimismado; defiende continuamente su sonar. Bernat y sus músicos no quitaron ojo de los metalófonos, como ajenos a todo, y en la última secuencia buscaron también la resonancia de la propia sala interviniendo parsimoniosamente sobre las paredes en una performance que habría encantado a las huestes de Darmstadt, ¡qué cosas! El aplauso final, un poco hooligan, quizás por la propia figura de Fell como gran nombre del avant techno, abrochó el éxito de esta primera cita del nuevo VANG.